¿Acaso cuando éramos niños no nos bastaba con
sentirnos amados y atendidos por nuestros padres para ser felices? Claro,
anhelábamos todos los juguetes que aparecían en los comerciales de la
televisión, pero, en el fondo, con tener una sopa calientita sobre el plato y
una mamá que nos acariciara el rostro suavemente era más que suficiente. Entonces, ¿porqué en los tiempos actuales
creemos que inundar a los niños con juguetes y permitirles hacer lo que quieran
es quererlos? Desgraciadamente los tiempos han cambiado y nos enfrentamos a
hogares en donde los padres están ausentes en tiempo y en espacio y los niños
viven en un entorno de soledad y amenaza.
La globalización es uno de los factores principales
que ha propiciado la ausencia de los padres en casa. Este nuevo modo de vida
que hemos adoptado ha provocado que las empresas transnacionales suplan y
colapsen los negocios familiares que con mucho sacrificio y satisfacción, se pasaron
por mucho tiempo de generación en generación.
Estos negocios contenían el esfuerzo y la dedicación de familias enteras
que laboraban arduamente y entregaban su corazón para sacar adelante la vida. Este tipo de negocios familiares les permitía
a las mujeres apoyar en horarios que se ajustaban a las obligaciones paralelas
que tenían con sus hijos e incluso, los llevaban a trabajar. Los niños entonces crecían junto con su madre
y entre los demás miembros de la familia que estaban al cuidado del negocio. Es común todavía ver a los tiangueros en sus
puestos con una cuna a un lado y un niño adentro dormido. O ir a las dos de la tarde por las tortillas
y divisar a un par de niños corriendo por el lugar. Lo malo es que cada vez son menos las
familias que pueden sostenerse juntas. Ahora Walmart y los Seven Eleven
nos venden las tortillas y todo cuanto necesitamos. Lástima que no vendan amor
y abrazos.
Cuando voy a los pueblos me encanta ver la
interacción que existe entre los dueños de los negocios con sus clientes:
“Buenos días, Don Panchito, ¿cómo le va? ¿qué dice su esposa, ya se
mejoró?” Muchas veces los clientes se
vuelven no nada más buenos clientes, sino buenos amigos. Entonces los dueños de
los negocios se relacionan y socializan al mismo tiempo que trabajan. Al llegar a casa llegan con una sonrisa en la
cara, entre la satisfacción de haber vendido bien y de hacer lo que les
gusta. Evidentemente esta actitud va a
generar una atmósfera de armonía en el hogar y es más probable que los adultos
traten mejor a sus hijos y les den un poco de tiempo de calidad para jugar con
ellos y escucharlos.
Hoy en día vemos todo lo contrario: las personas en
sus autos con caras arrugadas de coraje y cansancio, gritándole al carro de
enfrente para que se mueva porque tiene prisa de llevar a los niños a la
escuela para después irse a trabajar.
Ahora los horarios son rígidos, inamovibles y les cuentan cada minuto
que llegan tarde. La mayoría de los trabajos son monótonos y sencillos, por lo
que la mente está condenada a tener una actividad escasa. La complejidad del cerebro los obliga a
querer retos, pero, cuando el reto más grande de su trabajo es empacar mil
veces un pequeño juguete en una diminuta bolsa de plástico, ¿a qué más puede
aspirar esa persona? Ese tipo de
trabajos no estimulan la creatividad, ni la imaginación ni la construcción de
estructuras neurológicas.
Me acuerdo bien cuando trabajé en HTP, una compañía de telefonía. Es el
peor trabajo que he tenido en toda mi vida. Jamás me había sentido como un
robot sin vida propia. Contestando el
teléfono de la misma manera, escuchando los mismos reclamos de los clientes,
vistiendo de la misma forma todos los días. Lo peor era salir cuando el sol se
estaba poniendo, ahí adentro de ese monstruo de lugar no me daba cuenta de sí llovía o
no, o sí hacía frío o calor. Gracias al
aire acondicionado hasta el clima era invariable. No hubo un día que no me
fuera de ahí con la cara larga de aburrimiento y desgano.
Entonces, ¿cómo llegarán los padres a sus casas al
salir de trabajar de estas grandes empresas?
Y no importa si jerárquicamente están hasta abajo o hasta arriba, ambos
saldrán de la misma forma: desanimados, cansados, sintiéndose desafortunados.
¿Qué le transmitirán a sus hijos al llegar a casa? Enojo, tristeza, enfado,
depresión, enfermedad. Así viven las familias del mundo en la actualidad.
Hasta hace dos décadas, las mujeres permanecían en
sus hogares realizando tareas domésticas. No tenían necesidad de salir de su
casa más que para ir a comprar alimentos o hacer mandados. Hoy las mujeres
trabajan las misma cantidad de horas que sus maridos y aspiran a desarrollar
los mismos trabajos que ellos. Entonces,
¿quién cuida a los niños? Pareciera ser que aparte de ser el negocio más cruel
del mundo, también es el más redituable, pues las guarderías hoy en día reciben
a los niños desde los 40 días de nacidos. Cada vez más bebés son destetados
desde esta tempranísima edad y son criados por “maestras” mal pagadas los
primeros años de su vida (y según la psicología los más importantes).
Nunca se me va a olvidar el día que fui a pedir
informes a una guardería que estaba cerca de mi casa. Las paredes coloridas y
los murales de la fachada me dieron la bienvenida y entré sonriendo. La
directora me recibió sonriendo. El recorrido por el lugar iba muy bien hasta
que me mostraron el cuarto de los lactantes. La puerta estaba cerrada y no
había ninguna maestra adentro. Los niños recién nacidos lloraban desconsolados
cada quien en su porta bebé. No sabía si salir corriendo con todos ellos o
abrazarlos o amamantarlos o consolarlos o… lo que hice fue ponerme a llorar y
jamás volví.
Trastorno de déficit de atención, hiperactividad,
anorexia infantil, suicidios infantiles, ¿qué nos están queriendo decir
nuestros niños? El consumismo nos empuja a trabajar más, para ganar más y poder
comprar más. Los niños tienen sus habitaciones repletas con los juguetes más
modernos de toda la historia, pero son más malcriados que nunca. Se nos ha
olvidado que los niños necesitan atención. Amor. Límites. Los niños sin amor y
límites crecen con carencias que los obliga a ser inseguros, co dependientes y
apáticos. Los niños de hoy son los
mismos que los niños de ayer: también necesitan una sopa calientita, una
canción de cuna, una caricia en el rostro y un regaño que los reivindique.