domingo, 30 de marzo de 2014

El trabajo aprendido

Mi vida laboral comenzó a los 9 años cuando contestaba teléfonos y sacaba copias en la oficina de mi papá y desde entonces no he parado de trabajar. A los 12 me hacía cargo de los hijos de mis vecinos los fines de semana, a los 14 impartía clases de artesanías en cursos de verano para niños, a los 15 etiquetaba productos cosméticos naturales que fabricaban unos gringos hippies, a los 16 mesereaba en un café muy popular de la ciudad, a los 17 vendía enciclopedias de puerta en puerta, de los 19 a los 23 supervisé diferentes áreas del Museo Trompo Mágico, a los 24 intenté ser docente en dos primarias mientras me certificaba para enseñar la filosofía yóguica y, cuando me embaracé a los 25, se me ocurrió que el trabajo ideal para mí esos 9 meses sería contestar teléfonos en una prometedora compañía de telefonía hispanoamericana. He pasado por muchos altibajos en mi vida, pero creo que haber trabajado para esa empresa que se regía bajo el slogan de “haciendo realidad tus sueños” me hizo sentir igual de reprimida que cuando vivía bajo el mando de mi madrastra. Monotonía, constante supervisión, promesas no cumplidas, falta de estímulo intelectual, metas huecas, pretensiones, el reloj recordándome que faltaban 4 horas para salir… no duré ni dos meses.

Crecí en una familia workaholic. Desde que tengo memoria mis papás no han dejando de trabajar. Pasé las tardes de mi infancia en una u otra de sus oficinas. Ahora los veo y me doy cuenta de que no quiero terminar como ellos.  Mi mamá sufrió un infarto cerebral a los 52 años. Causa: estrés laboral. Mi papá perdió su fábrica con la crisis del 94 y pagó sus deudas con todas y cada una de sus propiedades. Resultado: nada, no tiene nada.

Quizá por eso le tengo tanto repudio a los empleos. Porque me recuerdan esos barrotes entre los que vivieron mis padres toda su vida.  Me gusta trabajar, pero no he podido encajar en el esquema tradicional de las empresas.  No me gusta la monotonía, ni el código de vestimenta, ni firmar hora de entrada y de salida. Me gusta que confíen en mí y me den rienda suelta, así es como yo trabajo mejor. Estoy a favor de la flexibilidad de horarios porque me gusta comprometerme en muchas actividades y viajar. Y como un lugar de trabajo así no existe, tengo muchos años siendo mi propia fuente de trabajo.  Organizo mis tiempos de estudio, de mamá, de ama de casa, de pareja y, entre todos esos, inmiscuyo una que otra clase de yoga, uno que otro masaje, una que otra venta de algo, algún taller y, todavía me queda tiempo para desarrollar mis proyectos culturales. Para mí esta relación que yo llevo con el trabajo es un ejemplo de lo que Pablo Fernández[1] llamaría epistemología del encantamiento, pues mi trabajo me dota de conocimiento, interactúo con él y entablo un diálogo, de ninguna manera es una correlación unilateral. Por supuesto que no es fácil vivir como yo lo hago, pero no me puedo permitir a mi misma vincularme de ningún modo con el nuevo mundo del trabajo.


Estoy consciente claro, de que millones de personas en todo el mundo sí lo hacen. Reflexiono entonces, ¿desde dónde yo, satanizo y rechazo esta forma de trabajar? Desde mi propia experiencia. Desde lo que me tocó vivir con mis padres, desde la personalidad rebelde que forjé por haber vivido vigilada y reprimida, desde el ejemplo que recibí de la idea de que los límites son intraspasables.

Como no veo a la gente feliz y me da tristeza, cuestiono mucho este tema. Por eso me interesé en el texto que escribió Vivian Abenshushan en su  blog[2], porque lo hace igual que yo, contradiciendo  y queriendo embestir a este mundo capitalista y sus formas esclavizantes de producción masiva.  Ahorrando hasta el último centavo sin importar a quién perjudique. Ella dice que desde el siglo XIX una nueva moralidad, la moralidad del dinero, proclamó el pecado de “perder el tiempo”. Dice que se acabó la era contemplativa, que sólo queda la televisión y que a todos los que la miran con alarma les dice que son ellos quienes le preocupan.

También me interesé por el texto de un psicólogo social de nombre José Vicente Losada, quien, por cierto, murió hace menos de un año, en el que escribió acerca del estrés relacionado al trabajo[3]. Él manifiesta que el ambiente de las organizaciones actuales parece ser un “cultivo especialmente nutritivo para las situaciones estresantes.” (P. 68)  Tristemente dice que individuos y organizaciones han desarrollando la capacidad de conformarse o habituarse a las deficiencias de la calidad de vida que acompañan a esas situaciones.  Dice que el fenómeno que se conoce como “adicción al trabajo” tiene una imagen aceptable y es admisible en el mundo contemporáneo pese a que destruye individuos y familias enteras igual que una adicción.


Me parece importante entonces, plantear el siguiente cuestionamiento epistemológico respecto al tema del que he venido hablando: ¿Desde dónde se ha instaurado la forma de trabajo que tenemos actualmente? ¿Por qué sociedades enteras en todas partes del mundo han adoptado este modo de trabajar? ¿Qué ha propiciado que dejemos nuestros sueños atrás y nos enfoquemos únicamente en las ganancias materiales?

Para responder a estas preguntas me pongo a pensar en el antropólogo social, Clifford Geertz, quien habla del sentido común[4]. Lo relaciono porque él habla de cómo el sentido común de las culturas se va construyendo en base a sus experiencias y nunca es igual, sino que se va modificando y el sentido común colectivo es imponente ante las decisiones que toman las personas pertenecientes a esa cultura. Es decir, siempre va a haber tendencias a reaccionar de cierta manera hacia las cosas por la influencia de estas creencias colectivas. Me pregunto si esto es lo que pasa con nuestra sociedad actual, si estamos siendo víctimas de un sentido común que nos está arrojando a un túnel sin salida. Lo que dice Vicente Losada de que hoy en día ser adicto al trabajo no es mal visto, es real, yo pertenecí a una familia en donde trabajar en exceso era lo normal y lo aplaudible.

En un universo tan relativo como este donde coexisten múltiples posibilidades y fenómenos de todo tipo, es importante aprender desde dónde vienen nuestras creencias, en base a qué eje nos movemos en la vida y por qué tomamos las decisiones que tomamos. Todo esto conforma la relación que establecemos con aquella parte de la realidad que conocemos y hacer estas reflexiones nos ayudará a entenderemos a nosotros mismos y nos liberaremos de preconcepciones vacías que muchas veces venimos repitiendo desde generaciones atrás y que muchas veces nos perjudican. El beneficio no solo sería a nivel individual con un impacto en nuestras decisiones y posturas personales, sino a nivel social, modificando la ética para relacionarnos con el mundo de una manera más consciente, sin funcionar en automático y atendiendo las verdaderas necesidades de cada persona.

Tristemente, en esta etapa actual en donde el modelo de trabajo que opera en el mundo es el esquema capitalista, es difícil lograrlo, puesto que las condiciones laborales son cada vez más miserables y esto se presta para que no haya lugar para este tipo de reflexiones. En México la pobreza va en aumento a pasos agigantados[5] y, desgraciadamente, cuando una persona tiene que luchar exhaustivamente por sobrevivir, no tiene la oportunidad de detenerse y analizar por qué hace lo que hace, primero debe cubrir sus necesidades básicas. Un ejemplo de esto se puede observar en el documental “Los herederos” de Eugenio Polgovski (2008), quien a través de su lente nos muestra las desafortunadas jornadas de trabajo que realizan niños y adultos pertenecientes a comunidades indígenas de diferentes regiones del país. Estos seres humanos son el pilar de la agricultura y sin embargo, reciben salarios extremadamente mal pagados.  Así pues, la pobreza los orilla a repetir esta forma de trabajo que aprendieron de sus antecesores.  La única herencia que recibirán estos personajes será llevar el mismo estilo de vida miserable.

Es aquí donde entra en juego el pertenecer a una determinada estructura social. Si durante años enteros una sociedad se ha manejado de cierta manera, será muy difícil que sus individuos rompan con el formato social de comportamiento y que hagan algo diferente a lo que se espera de ellos. Esto sucede porque el ser humano es una especie social, el cual se construye a sí mismo a partir de la pauta marcada por su medio ambiente.

En 1968 un par de sociólogos: Peter Berger y Thomas Luckman, describieron en sus famosos textos “La sociedad como realidad objetiva” y “La sociedad como realidad subjetiva”, cómo el organismo humano carece de los medios biológicos necesarios para proporcionar estabilidad a su propio comportamiento y, por lo tanto, su desarrollo individual y su apertura al mundo está precedida por un orden social dado. Mencionan que la existencia humana se desarrolla empíricamente en un contexto de orden, dirección y estabilidad, pero como estas características no son intrínsecas al ser humano, éste tiene que proporcionar estabilidad a su comportamiento y especializar y dirigir sus impulsos. De aquí que surjan las instituciones, para controlar la manera de relacionarse y de actuar al establecer pautas específicas que canalizan hacia una dirección determinada. Según Berger y Luckman, la identidad de un ser humano entonces se ve definida por actitudes, emociones y reacciones que responden a esta presencia de instituciones que a la vez lo dotan de formas culturales aprendidas.





Estas reflexiones logran incrementar mi comprensión por los modelos de trabajo que se instauraron a los largo de los siglos en las diferentes etapas de la humanidad.  Es interesante cómo, dependiendo de los intereses que tuvieron en cada período, la estructura social cambiaba y por ende, el modelo de trabajo. Me parece sumamente relevante mencionar que la noción del trabajo comenzó evitando ser una actividad esclavizante inclinada hacia el gozo y la vocación pero finalizó siendo una obligación desapasionada. El espíritu capitalista surgido en el siglo XVII cambió completamente el modelo de trabajo aun vigente en nuestro tiempo llevado hacia el extremo.

Que importante me parece rescatar de esta segunda sección de aprendizaje del curso la importancia de saber que el ser humano establece una relación con lo que lo rodea de acuerdo a la información que aprende del medio en el que se desenvuelve. Entender esto me permite comprender mi propio comportamiento y el de los demás con un criterio más amplio, sin emitir juicios y con la esperanza de cambiar la ética y la estructura social en la que vivo a través de la reflexión. Al establecer diálogos sobre esto con mis compañeros a través de sus blogs, logré un entendimiento más profundo en un nivel espiritual, pues de di cuenta lo íntimamente conectados que estamos unos con otros y cómo en realidad todos somos uno mismo. De esta manera lo que me afecte a mí positiva o negativamente influenciará a mi medio ambiente también. De aquí la reflexión e invitación a que seamos solidarios y cambiemos nuestros esquemas arraigados de accionar hacia nuestra realidad.






[1] "El conocimiento encantado", de Pablo Fernández Christlieb. (2008)
[3] El estrés en la vida y en el trabajo. Hacia una vision más ecológica.  José Vicente Losada. (2011) Debates IESA
[4] El sentido común como sistema cultural. Clifford Geertz (1999) Ensayos sobre la interpretación de las culturas.   Paidós, Barcelona. pp. 93-116
[5] Pobreza y desigualdad. UNICEF  http://www.unicef.org/mexico/spanish/17046.htm

domingo, 23 de marzo de 2014

Heredando hábitos y costumbres

El documental "Los herederos" de Eugenio Polgovski me hizo pensar en cómo repetimos hábitos que vemos a nuestro alrededor o que muchas veces nos vemos obligados a hacer y no los cuestionamos porque nos son impuestos o porque según la sociedad en la que vivimos es lo adecuado.  Para los niños que se mostraron en el documental trabajar jornadas de 12 horas en el campo es su realidad y forma parte de su diario vivir. Para un niño de un nivel socioeconómico más alto y de una zona urbana su realidad y obligación es ir a la escuela.  Ambos niños no se negarán a realizar sus tareas porque es lo que todos los individuos que forman parte de su núcleo social hacen. En concreto heredamos costumbres y formas de actuar aprendidas por la influencia de la sociedad y cuando observamos otras culturas que actúan de manera distinta nos parece raro y muchas veces juzgamos negativamente sus estilos de vida. Por ejemplo, desde nuestra mirada urbana sería fácil calificar como indebido que los niños trabajen en el campo y estén expuestos a ciertos riesgos como al manejo de herramientas peligrosas o que se desplacen solos largas distancias. Sin embargo, en nuestra ciudad los niños se contagian del estrés de la vida urbana, no son amamantados la cantidad de tiempo adecuada, se tienen expectativas muy altas como el esperar que hablen tres idiomas o simplemente no tienen contacto con la naturaleza. Las reflexiones que hagamos sobre este tema siempre serán relativas, pues dependerá de nuestros propios hábitos y costumbres.
Incluso cuando un individuo no concuerde con los estilos de vida de su lugar de origen, será difícil romper con esos esquemas. Hablando específicamente de mi tema, el trabajo, he comentado cómo yo desde mi experiencia, no me identifico y estoy en desacuerdo con la estructura de trabajo capitalista. Por esta razón me he dedicado a buscar lugares de trabajo donde estén más alejados de este esquema, pero al final, siempre tendré que cumplir con determinadas funciones como la declaración de impuestos o apegarme a un horario o incluso tener que soportar ciertos abusos laborales como cuando me bajaron el sueldo injustificadamente. Por más que yo no esté de acuerdo con la ética social de la cultura capitalista, de alguna u otra manera seguiré formando parte de este sistema porque vivo en un lugar donde se maneja de esa manera.
El documental en general me impresionó mucho y me enternecieron los niños. En algún momento me parecieron injustas las situaciones en las que se desenvolvían, pero creo que esos niños viviendo en el lugar en donde viven también obtienen otras ventajas. Me parece que su identidad está muy sólida y realmente saben formar comunidad, ser solidarios.  Acá los niños crecen repitiendo el formato actual de individualismo y egoísmo con el que nos conducimos los adultos.

domingo, 16 de marzo de 2014

La cultura aprendida

Entendiendo la cultura desde el primer concepto creado por los romanos como el cultivo de un espíritu crítico derivado del entendimiento de la humanidad a través del arte, de los libros y de los grandes ejemplos humanos (Zaid, “Tres Conceptos de Cultura”, 2007, Letras Libres), es significativo cómo el hombre construye su propia naturaleza y se va produciendo y construyendo a sí mismo a partir de la pauta marcada por su medio ambiente. Esto sucede porque el organismo humano carece de los medios biológicos necesarios para proporcionar estabilidad a su propio comportamiento y, por lo tanto, su desarrollo individual y su apertura al mundo está precedida por un orden social dado. La existencia humana se desarrolla empíricamente en un contexto de orden, dirección y estabilidad, pero estas características no son intrínsecas al ser humano, él tiene que proporcionar estabilidad a su comportamiento y especializar y dirigir sus impulsos. Es por eso que las instituciones se forman para controlar la manera de relacionarse y de actuar al establecer pautas específicas que canalizan hacia una dirección determinada. La identidad de un ser humano entonces se ve definida por actitudes, emociones y reacciones que responden a esta presencia de instituciones que a la vez lo dotan de formas culturales aprendidas. En resumen, el ser humano establece una relación con lo que lo rodea de acuerdo a la información que aprendió en su medio ambiente.  (Berger y Luckmann, “La sociedad como realidad objetiva” y “La sociedad como realidad subjetiva”, 1968)


En una sociedad en la que el tiempo es percibido como dinero y las experiencias familiares que he vivido en torno al trabajo, evidentemente han influido en mi manera de aborrecer las condiciones laborales actuales en esta era capitalista.  Si tal vez fuera originaria de algún otro país en donde claramente no existen los abusos que se cometen en México en cuanto salarios mal pagados, explotación laboral y demás exigencias absurdas y autoritarias, es probable que no hubiera escogido el tema del trabajo, sin embargo, mi medio ambiente controla mi manera de desenvolverme y de construirme.

domingo, 9 de marzo de 2014

Linea del tiempo de la ética del trabajo

Edad
Antigua
Edad
Media
Edad
Moderna
Edad Contemporánea
Edad Posmoderna
Durante esta época, aun cuando una persona libre se comprometiera a realizar ciertos trabajos, ningún otro podía disponer del tiempo que le pertenecía. No tener el honor de disponer uno de su propio tiempo era algo que se asociaba con el estado de encarcelamiento (esclavitud).

En la mitología griega, los peores castigos para un ser humano estaban relacionados con realizar eterna y monótonamente una tarea.

Platón definía la relación con el tiempo diciendo que una persona libre tiene tiempo en abundancia, habla plácida y pausadamente y su tiempo le pertenece. Para él, la filosofía era el alimento de su alma.

En la obra literaria, La divina comedia, el domingo siempre se les
insinúa a Sísifo y a los pecadores del Infierno de Dante, aunque
nunca acaba de llegarles, condenados como están a un eterno viernes.


1294-1324, Emmanuel Le Roy relata la vida en las aldeas medievales a fines del siglo XIII y principios del siglo XIV. Dice que los aldeanos, no tenían modo de definir el tiempo de una manera exacta porque no vivían según un tiempo laboral de tipo regular.
No les asustaba el trabajo duro y podían hacer un esfuerzo cuando ello era preciso. Pero no pensaban en términos de un horario fijo y continuo. Para ellos, el día laboral estaba salpicado de largas e irregulares pausas, durante las cuales se podía charlar con los amigos.  El trabajador y no el reloj quien determinaba el ritmo. Mientras se cumplieran con una serie de metas razonables, nadie supervisaba el uso que del tiempo hacían los trabajadores en la Edad Media.

Los agricultores medievales estaban acostumbrados al trabajo orientado a una meta. En su modo tradicional de pensar, lo esencial era completar las tareas asignadas. La meteorología establecía los límites exteriores pero, en el interior de ellos, las tares podían realizarse de acuerdo con las inclinaciones individuales. El trabajo industrial, por otro lado, estaba orientado al tiempo: el trabajo se definía por el tiempo que era necesario para realizarlo.

Sólo en los monasterios la actividad se hallaba vinculada al reloj y por lo  tanto, el antecedente histórico de la ética protestante se encuentra en las comunidades monacales. Las horas canónicas circunscribían el tiempo para todas las actividades. De acuerdo con esta distribución, el tiempo de levantarse era siempre el mismo, como el de acostarse. El trabajo, el estudio y las comidas tenían también asignadas horas exactas. En el siglo VI, la regla monástica de San Benito exigía a todos los monjes que consideraran un deber el trabajo asignado, y a los hermanos haraganes les alertaba de que “la inactividad es la enemiga del alma”.

En el siglo V Agustín
de Hipona escribió “en el Cielo encontraremos un domingo eterno, el día en
que Dios descansó y Cristo ascendió al Cielo.”
Richard Baxter durante el siglo XVI escribió que el trabajo es la moral así como el fin natural del poder. El trabajo debe realizarse lo mejor posible y ser considerado como un deber, que se lleva a cabo porque ha de ser realizado.

La noción del trabajo como deber se halla en el centro
del espíritu capitalista surgido en el siglo XVII.

Johan Kasper Lavater explicaba en el siglo XVIII, que “ni siquiera en el Cielo podemos conocer la bienaventuranza sin tener una
ocupación. Estar ocupado significa tener una vocación, un oficio, una tarea especial y particular a realizar”.

La novela de Daniel Defoe en 1719, Robinson Crusoe, describe a la perfección el ideal ético del trabajador como devoto, fiel.

El espíritu del capitalismo surgió de la actitud en relación al tiempo con la consigna de Benjamin Franklin de que “el tiempo es dinero”.
En la ética social de la cultura capitalista, su característica principal se constituye de una
obligación que el individuo se supone debe sentir hacia el contenido de su actividad profesional, con independencia de en qué consista, en particular sin que importe si parece una utilización de sus facultades personales o sólo de sus posesiones materiales.

Aun cuando esta nueva economía difiere en muchos aspectos al antiguo capitalismo industrial,
en gran medida sigue los preceptos de la ética protestante en lo relativo a la organización del tiempo.

La industria de alta tecnología precisa aún de la producción material, pero en ella a los seres humanos se les asignan las menores tareas posibles, y se les enseña el modo de realizarlas de modo que ahorren el máximo de tiempo.

Los directivos empresariales le dieron muerte a la creatividad, centrándose en factores externos.
En la actualidad, el trabajo se realiza con una actitud de atormentada responsabilidad.
El ideal es ganar el salario habitual con un máximo de confort y un mínimo de esfuerzo, sin pensarlo como una vocación. Esto ha llevado a la adicción al trabajo y desatención de los seres queridos.

El espíritu está centrado en el trabajo, pero no hay pasión por realizarlo.

La compresión del tiempo ha llegado hasta tal punto
que la competición tecnológica y económica consiste en prometer que el futuro llegará al consumidor más rápido que con los servicios del competidor.

Ya no hay espacio para lo lúdico en lo laboral. La jornada de trabajo se halla desmenuzada en una serie de rápidas citas y, cuando una termina, debe apresurarse para llegar a la siguiente. A menudo, en el esfuerzo por sobrevivir, por llegar a la fecha límite de algunos proyectos, el profesional no dispone de tiempo para el ocio y tiene que optimizar su tiempo para mantener su trabajo al día.


En una vida optimizada, el tiempo libre asume los modelos del tiempo de trabajo. El tiempo de ocio se programa y planea de una forma tan ajustada como el tiempo de trabajo. El día se divide en función del modelo empresarial en segmentos de tiempo claramente definidos, y esa división queda reforzada sin duda por la programación televisiva. El tiempo que se pasa en casa a menudo se vive de un modo similar a como se vive el tiempo en el trabajo: apresurándose de una cita a otra para realizarlo todo en su justo tiempo.

En la gestión de la vida doméstica entra en juego el recurso de la comida a domicilio o el de las guarderías.
-5000 a 476
477 a 1492
1492 a 1789
1789 a 1970
1970 a la fecha

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Es importante permitir el espacio del ocio y lo lúdico en la cultura de la ética del trabajo, pues garantiza entonces que las personas se desenvuelvan de manera sana y que le den vuelo a su creatividad. Las actividades laborales no deberían de ser realizadas por la simple remuneración económica y más bien ser vistas como una vocación que enriquece el espíritu además de lo material. Trabajar sin tantos esquemas, restricciones y limitantes, es devolverle al ser humano su dignidad y libertad individual. Vivir en el aquí y en el ahora. Llevar una vida más plena beneficiaría a las empresas, pues las personas producirían más, con mayor calidad y apasionadamente.